viernes, 6 de mayo de 2016

Los libros no se rayan



¡Los libros no se rayan! Era una orden. Un mandato incuestionable.
¿A quién se le iba a ocurrir?... ¡Te metías en un problema terrible! Era someterte a juicios de todo tipo. Supongo que era una forma de adoración, de respeto al saber… algo así como preservar su carácter inmaculado… En lo personal empezar a rayar los libros fue una decisión, un animarme “a”. Las primeras veces sentía una sensación de liberación, una especie de travesura… de provocación. Luego se hizo hábito, y ahora es una necesidad. Si no lo rayo es como si no lo leyera. Me gusta usar fibras y resaltadores, pero cuando el libro me parece muy bueno eso no es suficiente y necesito mi cuaderno para expandir las ideas, transcribir textual, asociar… Ya es un juego, un goce. Lo que se escribe, en definitiva, es el goce.
Es una forma de apropiarme, de sumergirme entre las letras. De emocionarme. De involucrarme. No solo con el intelecto. Es sentir que la mano no puede ir más rápido, la compulsión de querer retener ese párrafo y transcribirlo antes que se esfume. Sentir que el corazón se te sale del cuerpo, que se te eriza la piel. Que lo necesitas volver a leer y es ahí cuando necesito otro color para señalar que ese párrafo merece algo más. Es necesario detenerme, indagar. Un autor te lleva a otro autor. Un libro a otro libro. Y a cada libro lo rayo distinto. Algunos parecen un arco iris, por cada relectura, un color. Otros están escritos en sus márgenes, con llamadas y anotaciones… hasta dibujos. Lo visual siempre me ayuda a recordar. Además me conecta, es mi libro dentro del libro. Muchas veces una especie de carta al autor, una forma de conexión.
Confieso que a pesar de todo me sigue haciendo ruido rayar los libros. Es como cantar el himno y no estar de pie...

AP Amado




martes, 26 de abril de 2016

El límite de lo soportable


Ph: Ana Paula Amado - marzo 2016 - Pinamar, Argentina


El límite de lo soportable

Ese encuentro indecible con lo real. Ese impacto feroz que arrasa y desborda cuerpo y alma. Desata el delirio fugaz y apremiante de las urgencias que exigen. Y allí es donde nuestro trazo se despliega inscribiendo y escribiendo su marca singular.

Ana Paula Amado, Abril 2016

martes, 19 de abril de 2016

En el habitar encontramos un paralelismo con nuestra existencia

En el habitar encontramos un paralelismo con nuestra existencia


Es imposible (o debería serlo) hablar de arquitectura sin hablar del habitar. De hecho podríamos decir que el fin de la arquitectura es crear espacios para ser habitados. En tal sentido la arquitectura precede al habitar aunque su verdadera consagración resida en él. Es decir, es en el habitar donde se verifican (o no) las intenciones del proyecto.
Si profundizamos en el concepto de habitar inevitablemente nosencontraremos con Heidegger: “Somos en la medida en que habitamos”, y de su mano rápidamente llegaremos a la conclusión que sin el habitar no hay lugar, y sin lugar no hay arquitectura.
Existe una profunda relación entre habitar y vivir. No se trata solo de residir, de permanecer estático. Habitar es un concepto mutable. Es moverse, desplazarse. Apropiarse de un espacio. Reconocerse en él. Saberse contenido. Es también sentir el cobijo y el permiso de demorarse en él. Estar sin hacer nada, recostarse al sol, escuchar esa canción, leer un libro. Contemplarlo dominado por la pulsión de la inacción. Es querer quedarse. También extrañarlo. Soñarlo. En realidad construir es habitar. Este es el punto penetrante en Heidegger. Sólo es capaz de construir quien ha habitado. Quien ha vivido. Casa y cuerpo como depósitos de la memoria. Como metáforas de identidad e intimidad. Podemos entender la casa como extensión de uno mismo. Como escudo y espejo al mismo tiempo. Nos resguarda y representa. En el habitar encontramos un paralelismo con nuestra existencia. 
Entonces podemos decir que la forma en que habitamos es nuestra forma de estar en el mundo. Tenemos aquí una tensión entre las palabras y las cosas (Foucault). Sabemos que los modos de habitar han cambiado y sin embargo se sigue hablando de construir para la familia “tipo”. Me gustaría detenerme aquí y re-definir varios conceptos fundamentales para nuestro quehacer arquitectónico. Ya que la arquitectura es ante todo una forma de dar respuesta, pero para ello creo que debemos empezar por hacer buenas preguntas. Esto implica despegarnos de la ficción arquitectónica, producto de los tiempos actuales dominados por la imagen y la necesidad imperiosa de llenar (no importa con que) ese vacío al que somos incapaces de enfrentarnos. 
Ana Paula Amado




Fotos: http://flickrhivemind.net/Tags/macba,skater/Recent
MACBA - Barcelona / arq.Richard Meyer


martes, 29 de marzo de 2016

No es lo que el vacío significa, sino lo que su no decir provoca.

Los que dibujamos en cad sabemos que es perfectamente posible ver el "grosor" a los colores. Así, a la hora de imprimir, hablamos de "puntas ascendentes" haciendo referencia a las viejas puntas (estilógrafos) Rotring y al espesor de las mismas.
También nos resulta fácil escuchar un color o ver un sonido. Es habitual en nosotros, los arquitectos, encontrarnos diciendo "esto me hace ruido" o "esta imagen pide a gritos" o "el silencio de esta obra", etc
También escuchamos el decir de los materiales. Estamos seguros de interpretarlos. No solo eso: mantenemos largos e interesantes diálogos en silencio con nuestra propia experiencia e intuición. Sabemos que cada proyecto tiene su música y que esta no sería tal sin sus espacios entre notas, es decir de sus silencios. "La arquitectura es música congelada" (A. Schopenhauer).
Los arquitectos tarde o temprano valoramos el silencio, diría... EL VACÍO. Aprendemos a preservarlo porque sabemos que (al igual que el lienzo en blanco para el pintor) duele, presiona, nos pone vulnerables, nos llena de dudas... Pero es la manera que surjan las pulsiones, las ideas. Lo valorable de este proceso (el de creación) no es lo que el vacío significa, sino lo que su no decir (ausencia) provoca.
Viene para largo...





Foto: Ana Paula Amado
La Plata, Argentina
marzo 2016

https://www.facebook.com/amadoarquitectura/photos/a.355308194551796.80497.352786118137337/952708674811742/?type=3&theater

Nostalgia y renuncia


En "Con la frente marchita", Sabina nos dice: "No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió".
Y como redoblando la apuesta, Freud remata: "Nada es tan difícil como la renuncia a un placer que se ha saboreado una vez".
Nostalgia y renuncia no son sinónimos pero en el fondo hablan de lo mismo: Ausencia. Tristeza. Melancolía. Angustia. Abandono... Abandonar un sueño. La tristeza que provoca la ausencia. La renuncia a un amor...
¿Quién puede negarlo? Hay decires, textos, lugares... que nos sacuden. Perturban. Es el encuentro contingente con lo que siempre ha estado. Aquello que no vamos a soltar nunca. Se trata de lo que se tiene, de lo que somos. El retorno de lo olvidado. Lo que insiste por ser recordado. También lo que no se deja recordar pero ha dejado su huella. Esa marca indeleble. La memoria?




Foto: Ana Paula Amado
Marzo 2016, Pinamar. Argentina
https://www.facebook.com/amadoarquitectura/photos/a.355308194551796.80497.352786118137337/959843774098232/?type=3&theater