¡Los libros no se rayan! Era una
orden. Un mandato incuestionable.
¿A quién se le iba a ocurrir?... ¡Te
metías en un problema terrible! Era someterte a juicios de todo tipo. Supongo
que era una forma de adoración, de respeto al saber… algo así como preservar su
carácter inmaculado… En lo personal empezar a rayar los libros fue una
decisión, un animarme “a”. Las primeras veces sentía una sensación de liberación,
una especie de travesura… de provocación. Luego se hizo hábito, y ahora es una
necesidad. Si no lo rayo es como si no lo leyera. Me gusta usar fibras y
resaltadores, pero cuando el libro me parece muy bueno eso no es suficiente y
necesito mi cuaderno para expandir las ideas, transcribir textual, asociar… Ya
es un juego, un goce. Lo que se escribe, en definitiva, es el goce.
Es una forma de apropiarme, de
sumergirme entre las letras. De emocionarme. De involucrarme. No solo con el
intelecto. Es sentir que la mano no puede ir más rápido, la compulsión de
querer retener ese párrafo y transcribirlo antes que se esfume. Sentir que el
corazón se te sale del cuerpo, que se te eriza la piel. Que lo necesitas volver
a leer y es ahí cuando necesito otro color para señalar que ese párrafo merece
algo más. Es necesario detenerme, indagar. Un autor te lleva a otro autor. Un
libro a otro libro. Y a cada libro lo rayo distinto. Algunos parecen un arco
iris, por cada relectura, un color. Otros están escritos en sus márgenes, con
llamadas y anotaciones… hasta dibujos. Lo visual siempre me ayuda a recordar. Además
me conecta, es mi libro dentro del libro. Muchas veces una especie de carta al
autor, una forma de conexión.
Confieso que a pesar de todo me
sigue haciendo ruido rayar los libros. Es como cantar el himno y no estar de
pie...
AP Amado
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